miércoles, 31 de octubre de 2007

Los chicos y la guerra

Dos palabras, dos días.

Treinta años de ceguedad, treinta años de tristeza. Y un solo año de muerte. Fue un año de malas noticias, uno de guerra. Él estaba allí, en esa guerra interminable. Todos y él, pero los demás nunca como ese soldado. Sus ojos demostraban una seguridad en si mismo, como la de un cachorro que ya aprendió a caminar. Siempre con armas en las manos, siempre con esa ropa, con olor a tierra, con olor a armas, y con un olor irrepetible, el olor del miedo.
Treinta años ciego, pero siempre aferrado a sus armas, y a su valentía. Sus guerras, ganadas o perdidas, son como las de San Martín. Guerras que nadie, ni siquiera el mejor general pudo dirigir. Suena el teléfono, apago la tele y atiendo.:- Dos días- dice una voz extraña pero a la vez familiar.Cortan. Vuelve a sonar el teléfono.:- Dos días, recuerda, solo dos días.De nuevo, cortan.Llamo a la policía y nada, nadie contesta. Salgo a caminar. El silencio es inmenso. Taxis estacionados, autos sin nadie adentro, pero en medio de la calle. Se me acerca un perrito, lo voy a agarrar, y desaparece. Vuelvo a casa, corro al cuarto de mis papás y nada. Como estoy solo, aprovecho, y me acuesto tarde, ya que no puedo dormir. Pienso en la película que vi, la del soldado, el terror corre por mis venas. La puerta se abre sola. Veo una sombra medio borrosa, pero es una sombra al fin. Me asusto y me tapo hasta la cara. No se si es alguien o si es algo. Espío por un agujero y no hay nada. Siento pasos, pero sigo sin ver algo. Me tocan, tiemblo como nunca. Mis dientes hacen ruido, pero intento calmarme para que nadie escuche nada. Hay olor a tierra, a armas y a miedo. Creo que es el fantasma del soldado, que pide compañía. Pero yo, muy egoísta sigo teniendo miedo y grito. Despierto, miro la habitación y pienso: “todo es un sueño”. Voy a la habitación de mis padres, los veo, y cuando los voy a abrazar, desaparecen. Miro el reloj. Son las 3 de la mañana. Salgo, y no hay nadie, solo un perrito que se me acerca, el mismo del sueño, pero como en el sueño cuando lo tocaba, desaparecía, no lo toco. Desaparece solo.
Pasan cinco horas, se hacen las ocho. No quiero dormir, solo tengo ganas de pasar un buen momento hasta las doce de la noche. Me pongo a ver la tele, juego con las computadoras, enchufo la play station en la tele y juego con ella, ando en bici, leo historietas copadas en el colegio y me divierto. Voy al cementerio, lloro un rato, miro el reloj, eran las doce menos cuarto, recuerdo al soldado y lloro más. Me acuesto al lado de su tumba, de repente se me va la tristeza y espero catorce minutos. Ahora reconozco la voz del teléfono, era el soldado. De repente entiendo todo: solo me quedaban dos días de vida. Cuando falta un minuto para las doce, cierro los ojos, y duermo eternamente. El soldado ya no está solo…
fin
Autora: Carmen Tello (2005)

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